El episodio de hoy se llama “Taekwondo”
¡Bienvenido!
Mi amiga estaba realmente emocionada. Me contó que su sobrino, que es autista finalmente encontró un lugar donde “le permiten participar”.
Me lo dijo con una sonrisa enorme como si le hubieran dado un pase VIP para toda la vida.
Hasta ahí todo sonaba genial. Porque en pleno siglo XXI donde todo es diversidad e inclusión, el hito en un mundo innovador es dejar que un niño haga, ya sabes… cosas de niños.
Es más, deberían considerar al maestro de Taekwondo para un premio humanitario: “Permitir que un niño haga lo que cualquier otro niño haría”.
Pero No Tanto
Entonces vino la segunda parte de la historia, de verdad con lo primero me sentía aún optimista sobre la situación.
“Lo único es que todavía no lo dejan hacer su examen porque no quiere ponerse el uniforme.”
Ah. Claro.
Porque en un deporte que supuestamente se trata de disciplina, superación y fuerza mental, lo realmente importante es… el uniforme.
Oye y si ese maestro iluminado busca en toda la estructura milenaria del taekwondo, en todos esos años de enseñanza, en toda esa filosofía zen de adaptación y resiliencia, y reflexiona:
“Oye, ¿y si el problema no es desobediencia sino una cuestión sensorial?”. ¿no se le podría ocurrir que quizás el niño no se lo quiere poner por una cuestión sensorial.?
Porque lo importante en nuestra sociedad no es si aprendes y te superas, es que lo hagas igual que los demás sin alterar el orden estético.
Lo curioso es que si fuera un prodigio que participara en un torneo internacional, se buscarían opciones para hacer un uniforme con una tela especial. Pero cómo es un niño aprendiendo, lo que importa no es su integración al equipo, es cumplir con el status quo visual del centro de entrenamiento.
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